Por Isela Carmona*
Decía Maquiavelo: “Nada más difícil de emprender ni más peligroso de conducir que tomar la iniciativa en la introducción de un nuevo orden de las cosas, porque la innovación tropieza con la hostilidad de todos aquellos a quienes les sonrió la situación anterior, y sólo encuentra tibios defensores en quienes esperan beneficios de la nueva”
En pasadas ediciones hemos desvelado ya el entramado y complejo mundo de la economía, geopolítica, sistema financiero y la política monetaria de los actuales modelos económico-financieros en el mundo, incluso hemos desempolvado ancestrales filosofías de vida y de liderazgo como armas para mantener el equilibrio y templanza ante lo que se nos ha venido encima en tan corto plazo, pero sobre todo para prepararnos ante la lógica de las estrategias político-económicas a nivel mundial concatenadas con la de nuestro país y lo que se espera para la “nueva normalidad”, por lo que entender el impacto de la complejidad de las decisiones macroeconómicas nunca ha sido más importante y trascendental en la historia de la Planeación Estratégica como en este preciso momento.
El impacto del Covid no se dio por sí sólo, hemos venido comentando los efectos del endeudamiento exorbitante de países en todo el mundo ante un sistema financiero que rige al económico, denominado FIAT o de monedas hegemónicas (principalmente el dólar), cuyo postulado actual permite la emisión de papel moneda por parte de sus bancos centrales en función a su necesidad de cubrir la “demanda” o rescates del mercado por pasivos sin respaldo suficiente en activos, como reservas de oro, petróleo, ni infraestructura o bienes de capital productivo. Ello por sí sólo no sería devastador, si por lo menos se hubiese mantenido el pragmatismo de equilibrios fiscales mínimos para atender las demandas sociales del promedio en condiciones suficientes y eficientes para atenuar el desequilibrio o carga presupuestaria extraordinaria; sin embargo, no sólo no fue así, sino por el contrario, esta pandemia ha venido a desvelar las precarias condiciones del promedio de la población mundial en cuanto a servicios de salud, vivienda, seguros de desempleo, incluso supervivencia mínima de un promedio de población.
Empero las demandas de políticas fiscales a los gobiernos altamente endeudados en la actualidad no consideran las imperfecciones y disparidades de los propios sistemas económicos antes del Covid, el PIB -el más emblemático y polémico-, se encuentra compuesto tanto por un componente real de la producción de bienes y servicios totales más la inflación (PIB nominal), además del componente de la Población Económica Activa (PEA) implícito en cuyo índice no está comprendida la informalidad; es decir, el PIB por sí sólo no refleja las realidades de cada país y por tanto no puede ni debe determinar la política fiscal antes ni después del Covid.
Por principio de cuentas, la inflación es el elemento clave que sirve a los Estados para maniobrar; mantiene el “atractivo” en su inversión per se, pues incentiva las inversiones en bolsas, o bonos de los bancos centrales o federales, y favorece al nivel de deuda contraída (incluyendo la deuda pública), pues la disminuye en términos reales o deflactados, en caso contrario, eleva el costo de esa deuda ante una deflación; el precio del petróleo, por ejemplo, explica incluso el comportamiento de la propia inflación, además del tipo de cambio.
Por otro lado, la implementación de una política fiscal restrictiva o para controlar o corregir el déficit presupuestario (déficit fiscal o déficit público) en el cual los gastos realizados por el Estado superan a los ingresos no financieros, implica decisiones difíciles por sus implicaciones:
Emisión de dinero, que por sí misma genera hiperinflación a la larga por el excesivo consumo.
Generación de deuda pública, con un efecto igualmente devastador a largo plazo ante la imposibilidad de reducir esa deuda e incluso con el efecto devorador de recursos disponibles para programas sociales y de inversión.
En casos extremos, incluso recurriendo a tasas negativas por la imposibilidad de reactivar una economía con el propio presupuesto sobre todo para inversión, para estimular los flujos de crédito y alimentar un mayor crecimiento. Sin embargo, si los inversionistas se anticipan a una inflación a futuro, podrán demandar mayores tasas de interés en la deuda pública, encareciendo así el endeudamiento público.
Mayor recaudación de Impuestos, tradicionalmente se ha desvirtuado el tema debido a que no es imponer más impuestos sino “ingresar” más por los existentes, en donde la corrupción es realmente la asignatura pendiente, ya que la evasión fiscal es el principal problema, no la imposición de más carga fiscal. En ocasiones olvidamos que en nuestro país como en el mundo, el tema de lavado de dinero tiene antecedentes de mayor longevidad que la publicación de la propia Ley Federal para la Prevención e Identificación de Operaciones con Recursos de Procedencia Ilícita (LFPIORPI) y más aún el origen del delito fiscal como acto previo al delito de lavado de dinero tipificados igualmente en el Código Fiscal.
En su edición de Perspectivas post-covid 2020, la CEPAL en su análisis espejo del de la ONU hace hincapié en el tema fiscal: “La región (Latinoamérica y el Caribe) es en particular vulnerable por sus altos niveles de INFORMALIDAD laboral, baja urbanización, pobreza y desigualdad, así como por sus sistemas frágiles de salud y protección social, y una parte importante de la población vive en condiciones de vulnerabilidad que requieren una atención especial… el esfuerzo fiscal debe dirigirse a financiar servicios de salud (6% PIB), contribuir a la reconstrucción a través de una política fiscal progresiva y un gasto público suficiente, eficiente, efectivo y equitativo, abordando las debilidades estructurales de los sistemas fiscales, como la baja carga tributaria, su estructura regresiva y la evasión fiscal.”
Asimismo, el politólogo Bo Rothstein afirma que los países más corruptos tienden a tener mayor déficit fiscal, ya que “la democracia no es suficiente si no resuelves problemas como el nepotismo, la corrupción o el clientelismo; en donde lo económico no es tan importante como podría parecer. La felicidad no aumenta sustancialmente con la cantidad de ingresos…los problemas no están en la Constitución o las leyes, que son las mismas, sino en la implementación de éstas. Había una teoría que decía que aunque la corrupción era mala en parte, también tenía su aspecto positivo porque engrasaba la maquinaria y hacía que la rueda siguiese girando”.
En concordancia con lo anterior, el punto de partida en México específicamente es la débil posición fiscal pre-covid: 28 millones de personas laboran en la informalidad (más del 50% de su Población Económicamente Activa “PEA” de 57 millones); 12 millones de migrantes a EUA; un total de 40 millones de contribuyentes potenciales que no suman en el PIB ni a la base gravable de impuestos, ni contribuyen a la seguridad social -importante desviación estándar de ambos índices. Adicionalmente, los mayores contribuyentes cautivos evaden al año un promedio de 500 mil millones de pesos anuales, adicionales a la facturación apócrifa de más de 340 mil millones entre 2017-2019 que involucran a casi mil contribuyentes; la afectación a las arcas del IMSS por 21 mil millones de pesos vía subcontratación ilegal, que tan solo en diciembre de 2019 provocaron 270 mil despidos. Cabe mencionar, además, que estos tradicionales despidos en los meses de diciembre de cada año, se convierten en recontrataciones en los meses de enero vía las “outsourcing”, vehículo para evadir por igual prestaciones, e impactar antigüedad y jubilación de los trabajadores. Además de este impacto, el golpe afecta también su economía familiar en caso de incapacidad o jornadas disminuidas, al ser dados de alta con ingresos inferiores, generalmente un salario mínimo, con respecto a sus sueldos reales.
Válganos una reflexión final…
Para quienes quieran ver a México al nivel de una potencia mundial, entiendan que el país debe contar con los ingresos fiscales mínimos para mantener a flote el barco. Mientras los gastos gubernamentales se incrementan fuertemente en este momento de la pandemia, debido a mayores desembolsos por programas de salud, seguridad social, prestaciones por desempleo, cambios en las tasas impositivas, políticas de recaudación, niveles de prestaciones sociales y otras decisiones de políticas gubernamentales, es necesario recaudar un mayor ingreso fiscal. Además, entendamos que los ingresos deficitarios por el petróleo y el gas juegan también un importante rol en las finanzas, pudiendo ejercer efectos negativos en la deuda pública. Dicho lo cual, y desde mi muy particular punto de vista, más que solidaridad, este momento demanda responsabilidad civil para cumplir con nuestras obligaciones como ciudadanos, pagar nuestros impuestos en tiempo y forma, y no hacer mayor polarización al respecto; con eso, México estaría un paso adelante como potencia mundial ejemplar. ν
* Isela Carmona es Licenciada en Administración Financiera con más de 25 años de experiencia en banca de desarrollo, banca comercial y Sofomes, por lo que ha publicado artículos diversos en temas financieros, económicos y de administración pública y privada. Actualmente es consejera independiente en empresas y entidades financieras, y se le puede contactar en: isecarmona@gmail.com
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